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¡ME ENCANTAN LOS ALFEIZARES!
Te sientas en el alféizar de la ventana a ver pasar la gente del espacio vacío. Te estás un buen rato ahí, como si no tuvieras nada más que hacer. Bueno, es cierto, no tienes nada más que hacer. Así las cosas, ¿para qué precipitarse por el hueco tan de repente? Está bien tener paciencia.
Miras y remiras a aquellos que circulan en sus cohetes siderales y de repente uno de ellos te saluda. ¿Quién será, te dices sorprendido? Soy recién llegado a la cresta de este cráter, ¿cómo puede ser que haya alguien que me reconozca en este trono tan reluciente?
No tienes respuesta, de modo que te sigues mirando las palmas de las manos.
En esos surcos, en esos poros abiertos está todo tu mundo. Desde ese alféizar planetario, nada puede estar mejor. No piensas lanzarte al precipicio ahora, quizá después..., o no, ¡quién sabe! Es lo que tienen las palmas de la mano cuando están sucias. No hay manera de poderlas leer.
Manel Oriol
Agosto, 2006
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