24/03/07 | Martin Ramire
EN EL AMERICAN FOLK ART MUSEUM, 40 AÑOS DESPUÉS DE MORIR
Un desconcertante pintor mexicano muerto hace 40 años encandila a Nueva York
Esta es la historia de Martín Ramírez, pintor mexicano desconcertante, maldito a su pesar, jamás domesticado y pasto de amnesias colectivas. Transcurridos 40 años de su muerte regresa a las portadas que jamás visitó. Fue un mártir involuntario del crac del 29 y un enfermo mental recluido durante tres décadas.
Sus cuadros, vomitados sobre papel de embalar, pueden visitarse hasta el 29 de abril en el American Folk Art Museum de Nueva York. Ahora que el 'New York Times' lo ha santificado (portada en la sección de cultura) la fiebre del coleccionismo centellea. Colgar al pintor salvaje en un salón cuesta millones de dólares. Su figura tiene polvo mágico, exotismo y candor, poderes diabólicos que ojalá no empañen la calidad de una obra misteriosa y terrible.
Ramírez nació en Los Altos de Jalisco, México, en 1895. Campesino de origen indio, amante del trabajo en el monte, tenía mujer y cuatro hijos, una pequeña parcela y un caballo cuando emigró a Estados Unidos en 1925. Como un hijo del fatalista Corman McCarthy cruzó el tajo que separa México del vecino. Encontró irresistible la llamada de California, donde las historias de fortuna, las meretrices de los calendarios y el fulgor de Hollywood creaban mitología en vena. Allí trabajó en el ferrocarril, pero la quiebra de la bolsa neoyorquina de 1929 lo dejó en la calle.
Las noticias de la rebelión cristera, que arruinó a los suyos en Jalisco, contribuyeron a minarlo. Durante varios meses vagabundeó picoteando sobras y durmiendo al relente. Incapaz de chapurrear una palabra de inglés, lo devoró la enorme leprosería que sucedió al crac
Desorientado, lejos de su familia, fue detenido y enviado a un hospital, donde los doctores diagnosticaron sucesivamente esquizofrenia, depresión aguda, catatonia y psicosis. Salvo una fugaz visita de un sobrino, que lo localizó años después, jamás volvió a saber de los suyos. Cuando el sobrino preguntó por qué no dejaba el psiquiátrico y regresaba a México, Ramírez respondió que ya había viajado suficiente, emplazándolo a reencontrarse durante el Juicio Final.
Durante el resto de su vida Martín Ramírez optó por no hablar. Recluido en el silencio, recorrió instituciones mentales y recaló en el Dewit State Hospital, un psiquiátrico del norte de California. También comenzó a pintar. Tarmo Pasto, profesor de Psicología y Arte en la Universidad Estatal de Sacramento, quedó fascinado.
Intuyó la grandeza de aquella obra, repleta de simbolismo y trenes infinitos. Hasta entonces Ramírez había peleado para salvar los dibujos de los celadores, que convencidos de que estaban infectados con los bacilos de la tuberculosis, registraban la celda para destruirlos.
El doctor Pasto cambió esa inercia. Coleccionaba sus dibujos. Organizó exposiciones de su obra e, incluso, ofreció sin suerte al Guggenheim comprar algún cuadro. Nadie llegó a entrevistar a Ramírez. Su densa liturgia quedó sin explicar. Víctor y Kristian Espinosa han trabajado durante años para alumbrarla. Gracias a su empeño Nueva York saluda a un artista mayor, autor de al menos 300 obras y diarista íntimo situado a millones de kilómetros de cualquier tendencia. Si el artista puro parece un mito, Ramírez revienta la horma.
Según Brooke Davis Anderson, comisaria de la exposición, "los dibujos de Ramírez se caracterizan por la inventiva gráfica, la extraordinaria manipulación espacial y el repertorio de unas imágenes que funden motivos de la cultura popular mexicana con las experiencias del artista, su confinamiento y, antes, las vivencias de la pobreza y el exilio en los Estados Unidos".
Sus líneas repetitivas, la calidad de los diseños y el poder de sus formas revelan a un audaz creador que exhibía una tremenda capacidad exploratoria a través de un limitado número de temas". Asomarse a sus pistoleros a caballo, crótalos y trenes presenta un mundo que cuando no conmueve asusta. Ramírez no pujaba por la posteridad, ni supo jamás del reconocimiento de ultratumba, gracia que llega cuando los chamanes descubren tu calavera para exhibirla en una iglesia o un simposio.
Pintaba iluminado por vírgenes aztecas, bajo un cielo de azúcar. Hablando solo, como un santo que se hubiera volado la tapa de los sesos, dejó un legado que mantiene flipados a los eruditos. La última sensación de Manhattan es un indio mudo que resultó un genio.
15:59 | Permalink | Comentarios (0)
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